La
tecnología ha “avazado”, bajo la idea de eficiencia tecnológica,
que supone, los resultados de las aplicaciones de la tecnología
pueden medirse de manera objetiva, sin embargo, al parecer es algo
que no se cumple. Llevarlo a esto de eficiencia tecnológica es
quitarle responsabilidad a los que hicieran mal uso de esta
tecnología.
Por
otra parte, la percepción de que participación de todos los que
serán afectados por la aplicación de una tecnología se encontraría
muy relacionada con la comprensión de la misma, sin embargo me
recuerda lo que ocurre en la ciencia, donde el lenguaje es muy
hermético teniendo sentido solo para especialistas en ciertos temas,
lo cual culmina en excluir a la mayoría de la sociedad.
Cuando
se debe tener en cuenta que los juicios de los “inexpertos”
también son necesarios y pueden ser igual de razonables, o incluso
mejor, porque quizá estos tendrían en cuenta fines políticos o
poder económico a la hora de tomar una decisión.
El
texto de León Olivé nos plantea una magnifica interrogante ¿en
verdad la ciencia he llevado al progreso en la sociedad?... Me
encanto porque nos sumerge en la reflexión: a pesar de que la
respuesta fuera que si, nos hemos quedado atrasados el terreno de la
Ética.
El
texto nos hace a reflexionar si lo que hasta ahora se ha conocido
como “ser humano” un producto de la naturaleza, porque a pesar de
que bioquímicamente hablando seamos como cualquier otro ser vivo,
los humanos hemos construido y/o adoptado múltiples creencias, el
arte, saberes y reglas de conducta de acuerdo a los grupos sociales
en que estamos inmersos: característica que no vemos en grupos de
otros animales.
Con
la tecnología se ha marcado mucho más esto, al grado de que nos
llegamos a preguntar si ¿podremos algún día ser inmortales? El
avance en la cura de enfermedades ha sido notorio, la invención de
tecnologías para reparar partes del cuerpo perdidas, la capacidad de
modificar nuestro entorno.
Es
tan común esto en los humanos, que para algunos es natural, otros
reclamamos que si fuera natural estaría en todo ser vivo. Es
entonces cuando surge la duda y resulta imposible reconocernos
completamente naturales o completamente artificiales, lo que el autor
llama: melancolía en el Cyborg.